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Correcciones de Jonathan.pdf

Correcciones de Jonathan.pdf

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Published by: nicanorcu on Jun 03, 2013
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08/15/2013

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 Ésta es la historia de los Lambert, una familia normal: Alfred, un ingeniero retiradoal borde del caos mental y físico de un Parkinson terminal; Enid, su mujer,obsesionada con reunir en casa a sus tres hijos durante una última cena deNavidad; Chip, un ex profesor despedido por acostarse con una alumna, queemprende negocios turbios en Lituania; Denise, fría y juiciosa chef en unrestaurante de moda ligada sentimentalmente a su jefe, y Gary, un banquero snoby paranoico atrapado en un matrimonio de pesadilla. El prodigio de esta novela esla secreta conexión entre el universo de los Lambert y el resto del mundo, laNorteamérica de los últimos noventa, un país irascible que se tambalea hacia unnuevo milenio.Las correcciones es una grandiosa novela tragicómica para el siglo quecomienza, una obra maestra sobre una familia que se derrumba en una época enque todo tiene arreglo, todo puede corregirse. Este monumental reto estilístico,divertido, corrosivo y profundamente humano, esta imponente sátira social,confirma a Jonathan Franzen como uno de los más brillantes intérpretes de lasociedad contemporánea.
 
 
LAS CORRECCIONES
 
JONATHAN FRANZEN
 
 
 
El autor expresa su agradecimiento por la ayuda prestada en este libro a las siguientes personas e instituciones:Susan Golomb, Kathy Chetkovich, Donald Antrim, Leslie Bienen, Valerie Cornell, Mark Costello, Göran Ekström, Gary Esayian, Henry Finder, Irene Franzen, Bob Franzen, Jonathan Galassi, Helen Goldstein, James Golomb, John Simón Guggenheim Foundation, MacDowell Colony, Siobban Reagan y Rockefeller Foundation Bellagio Center.Para David Means y Genève Patterson
 
 
ST. JUDE
 Locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando. Sepalpaba: algo terrible iba a ocurrir. El sol bajo, en el cielo: luminaria menor, estrellaenfriándose. Ráfagas de desorden, sucesivas. Árboles inquietos, temperaturas endescenso, toda la religión nórdica de las cosas llegando a su fin. No hay aquí niñosen los jardines. Largas las sombras en el césped espeso, virando al amarillo. Losrobles rojos y los robles palustres y los robles blancos de los pantanos llovían bellotas sobre casas libres de hipoteca. Las ventanas a prueba de temporal seestremecían en los dormitorios vacíos. Y el zumbido y el hipo de un secador deropa, la discordia nasal de un esparcidor de hierba, el proceso de maduración deunas manzanas lugareñas en una bolsa de papel, el olor de la gasolina con queAlfred Lambert había limpiado la brocha, tras su sesión matinal de pintura delsillón biplaza de mimbre.Las tres de la tarde era hora de riesgos en estos barrios residenciales ygerontocráticos de St. Jude. Alfred se acababa de despertar en el sillón azul, de buen tamaño, en que llevaba durmiendo desde después de comer. Ya habíacumplido con su siesta, y las noticias locales no empezaban hasta las cinco. Doshoras vacías eran un criadero de infecciones. Se incorporó trabajosamente y sedetuvo junto a la mesa de Ping-Pong, tratando de oír a Enid, sin lograrlo.Resonaba por toda la casa un timbre de alarma que sólo Alfred y Enid erancapaces de oír directamente. Era el timbre de alarma de la ansiedad. Era como unade esas enormes campañas de hierro fundido, con percutor eléctrico, que echan alos colegiales a la calle en los simulacros de incendio. En aquel momento llevabaresonando tantas horas, que los Lambert habían dejado de oír el mensaje de«timbre sonando»: como ocurre con todo sonido lo suficientemente prolongadocomo para permitir que nos aprendamos los sonidos que lo integran (como ocurrecon cualquier palabra cuando nos quedamos mirándola hasta que se descomponeen una serie de letras muertas), los Lambert percibían un percutor golpeandorápidamente contra un resonador metálico, es decir: no un tono puro, sino unasecuencia granular de percusiones con un intenso recubrimiento de connotaciones.Llevaba tantos días resonando que se integraba en la atmósfera de la casa,sencillamente, salvo a ciertas horas de la mañana, muy temprano, cuando uno delos dos se despertaba sudoroso para darse cuenta de que el timbre llevabaresonando en su cabeza desde siempre, desde hacía tantos meses, que el sonido sehabía visto reemplazado por una especie de metasonido cuyas subidas y bajadas
 
no eran el golpear de las ondas de compresión, sino algo mucho más lento: lascrecidas y las menguas de su
consciencia
del sonido. Una consciencia que se hacíaespecialmente aguda cuando las condiciones climatológicas se ponían de humoransioso. Entonces, Enid y Alfred
de rodillas ella en el comedor, abriendo cajones;en el sótano él, vigilando la desastrosa mesa de Ping-Pong
 , ambos al mismotiempo, se sentían a punto de explotar de ansiedad.La ansiedad de los cupones, en un cajón lleno de velas de otoñales colores dediseño. Los cupones estaban sujetos con una goma elástica, y Enid se daba cuentaahora de que sus fechas de vencimiento (que muchas veces venían marcadas defábrica, con un círculo rojo alrededor) habían quedado muy atrás en el tiempo, noya meses, sino incluso años. Los ciento y pico cupones, por un valor total de másde sesenta dólares (ciento veinte, potencialmente, en el supermercado deChiltsville, que los valoraba doble), se habían desperdiciado. Tilex, sesentacentavos de descuento. Exedrina PM, un dólar de descuento. Las fechas ni siquieraeran
cercanas.
Las fechas eran
históricas.
El timbre de alarma llevaba
años
sonando.Volvió a guardar los cupones con las velas y cerró el cajón. Estaba buscandouna carta que había llegado unos días atrás, certificada. Alfred oyó que el carterollamaba a la puerta y gritó «¡Enid, Enid!», tan alto, que no pudo oír el grito con queella le respondió: «Ya estoy yo, Al, ya estoy yo.» Alfred siguió gritando su nombre,mientras se acercaba cada vez más, y, dado que el remitente de la carta era la AxonCorporation, 24 East Industrial Serpentine, Schwenksville, Pennsylvania, y dadoque había aspectos de la situación de la Axon que Enid conocía, pero Alfred no, oeso esperaba ella, se apresuró a esconder la carta en algún lugar situado a unoscinco pasos de la puerta. Alfred emergió del sótano aullando como una máquinade nivelar terrenos
«¡Hay alguien a la puerta!»,
y ella le gritó, elevando aún más eltono de voz, «¡Es el cartero, es el cartero!», mientras él meneaba la cabeza ante locomplicado que era todo.Enid estaba convencida de que se le aclararía la cabeza sólo con no tener queaveriguar, cada cinco minutos, lo que podía estar haciendo Alfred. Pero, pormucho empeño que ponía, no lograba que él se interesase en la vida. Cada vez quelo animaba a empezar de nuevo con la metalurgia, él se quedaba mirándola comosi hubiera perdido la cabeza. Cada vez que le preguntaba si no tenía nada quehacer en el jardín, él contestaba que le dolían las piernas. Cada vez que ella lerecordaba que los maridos de sus amigas tenían, todos ellos, un hobby (DaveSchumpert con sus vidrieras, Kirby Root con sus intrincados chalecitos parapinzones morados, Chuck Meisner con el seguimiento horario de su cartera deinversiones), Alfred empezaba a comportase como si ella estuviera distrayéndolode alguna importantísima ocupación. Y ¿qué ocupación era ésta? ¿Darles unamano de pintura a los muebles del porche? Llevaba desde el Día del Trabajo con la
 
pintura del sillón de dos plazas. Enid creía recordar que no había tardado más dedos horas en el sillón de dos plazas la última vez que pintó los muebles. Ahoraacudía a su taller, todas las mañanas, una tras otra, y, transcurrido un mes, cuandoella se arriesgó a pasar por allí a ver cómo iba la cosa, se encontró con que lo únicoque había pintado del sillón biplaza eran las patas.Daba la impresión de que a él le apetecía que se marchase. Dijo que se lehabía secado la brocha, que por eso estaba tardando tanto. Dijo que raspar mimbreera como pelar un arándano. Dijo que había grillos. Ella notó entonces la falta deaire, pero quizá fuera el olor a gasolina y la humedad del taller, que olía a orines(aunque no podían ser orines). Subió las escaleras a toda prisa, a ver si encontrabala carta de la Axon.Todos los días de la semana, menos el domingo, llegaban kilos de correo porla rendija de la puerta, y ya que no estaba permitido que nada incidental se apilaseen el sótano
porque la ficción de vivir en aquella casa era que nadie vivía enella
 , Enid se enfrentaba a un desafío táctico fundamental. No es que se tomasepor una guerrillera, pero eso es lo que era, una guerrillera. Durante el díatransportaba materiales de depósito en depósito, yendo muchas veces sólo un pasopor delante del poder establecido. De noche, a la luz de un aplique precioso, peropoco potente, utilizando la mesa del desayuno, demasiado pequeña, cumplía conuna diversidad de tareas: pagar facturas, cuadrar las cuentas, descifrar los apuntesde pagos compartidos de Medicare y tratar de comprender un amenazador TercerAviso de un laboratorio médico que le requería el pago inmediato de 0,22 dólares,pero adjuntando un balance de 0,00 dólares, con lo cual venía a indicar que noexistía tal deuda, pero es que además tampoco daba ninguna dirección a la quepudiera remitirse el pago. Podía ocurrir que el Primer Aviso y el Segundo Avisoestuvieran en algún lugar del sótano; y, por culpa de las limitaciones con que Enidllevaba adelante su campaña, lo cierto era que apenas si alcanzaba a figurarsedónde podían haber ido a parar, cualquier tarde, los otros dos avisos. Si le dabapor sospechar, por ejemplo, del armario del cuarto de estar, allí estaba el podervigente, en la persona de Alfred, viendo un programa de reportajes, con la telepuesta al volumen suficiente para mantenerlo despierto, y con todas las luces delcuarto de estar encendidas, y había una nada despreciable probabilidad de que siella abría la puerta del armario se deslizase una avalancha de catálogos, de revistas
House Beautiful,
y se derrumbasen diversos informes de la asesoría financieraMerril Lynch, provocando la cólera de Alfred. También existía la posibilidad deque los Avisos no estuvieran en el armario, porque el poder vigente hacíaincursiones al azar en sus escondites, amenazando con «tirarlo» todo si Enid noponía orden en el asunto; pero ella estaba demasiado ocupada burlando lasincursiones como para poner orden en nada, y en la sucesión de migraciones y
 
deportaciones forzosas había ido perdiéndose toda apariencia de orden, de modoque en una bolsa cualquiera de los Almacenes Nordstrom oculta tras el volante delsomier, con una de las asas de plástico semi arrancada, bien podía contenerse todoel patético desbarajuste de una existencia de refugiado: ejemplares no consecutivosde la revista
Good Housekeeping,
fotos en blanco y negro de Enid en los añoscuarenta, recetas oscurecidas, escritas en papel de alto contenido ácido, uno decuyos ingredientes era la lechuga reblandecida, las últimas facturas del teléfono ydel gas, un detallado Primer Aviso del laboratorio médico dando instrucciones alos abonados de que ignoraran toda factura por debajo de los cincuenta centavosque en adelante pudiera llegarles, una foto de Enid y Alfred, cortesía de losorganizadores, en un crucero, cada uno con su collar hawaiano y bebiendo de uncoco hueco, y el único ejemplar existente de las partidas de nacimiento de dos desus hijos, por ejemplo.El enemigo visible de Enid era Alfred, pero quien hacía de ella una guerrilleraera la casa que a ambos ocupaba. El mobiliario era de los que no admiten que nadase acumule. Había sillas y mesas de Ethan Alien. Spode & Waterford para lalibrería. Ficus obligatorios, araucarias obligatorias. Un abanico de ejemplares de larevista
 Architectural Digest
en una mesita de centro con tabla de cristal. Trofeosturísticos: objetos esmaltados procedentes de China, una caja de música procedentede Viena que Enid, de vez en cuando, se levantaba a poner en marcha, alzando latapa tras haberle dado cuerda, llevada por el sentido del deber y de la caridad. Lamúsica era
Strangers in the Night.
 A Enid, por desgracia, le faltaba el temperamento necesario para mantenersemejante casa, mientras que a Alfred le faltaban los recursos neurológicos. Losalaridos de rabia de Alfred cada vez que descubría pruebas de una acciónguerrillera
una bolsa de Nordstrom sorprendida a plena luz del día en lasescaleras del sótano, en un tris de provocar un serio tropezón
eran los propios detodo gobierno que ya es incapaz de gobernar. Últimamente le había dado por hacerque su máquina calculadora imprimiese grandes columnas con números de ochocifras, totalmente desprovistos de sentido. Cuando Alfred dedicó toda una tarde, ocasi, a calcular cinco veces seguidas los pagos a la seguridad social por la señora dela limpieza, obteniendo cuatro resultados diferentes, y al final se quedó con elnúmero que le había salido repetido (635,78 dólares, cuando la cifra exacta era70,00), Enid organizó una incursión nocturna en el archivador de Alfred y lodespojó de todas las carpetas relativas al pago de impuestos, lo cual habríacontribuido notablemente al más eficaz funcionamiento de la casa, si no hubierasido porque las carpetas encontraron el modo de meterse en una bolsa deNordstrom, con unos cuantos
Good Housekeeping
engañosamente antiguos bajo loscuales se ocultaban documentos más relevantes, pérdidas de guerra que trajeron
 
como consecuencia que la señora de la limpieza se ocupase ella misma de rellenarlos formularios y que Enid se limitara a firmar los cheques, mientras Alfredmeneaba la cabeza ante lo complicado que era todo.El destino de casi todas las mesas de Ping-Pong que hay en los sótanos de lascasas estriba en ponerse al servicio de otros juegos más desesperados. Tras su jubilación, Alfred se apropió del lado oriental de la mesa para sus cuentas y sucorrespondencia. En el lado occidental había un televisor portátil en color, que enprincipio iba a servirle para ver allí sentado, en su sillón azul de buen tamaño, lasnoticias locales, pero que ahora estaba sepultado en ejemplares de
GoodHousekeeping
y en las latas de dulcería propias de cada época, más unoscandelabros tan barrocos como baratos, que Enid nunca había encontrado tiempopara transportar a la tienda de objetos casi nuevos, Nearly New. La mesa dePing-Pong era el escenario en que la guerra civil más abiertamente se manifestaba.En el lado oriental, la máquina calculadora de Alfred permanecía emboscada entremaceteros con motivos florales y posavasos recuerdo del Epcot Center, y unaparato para deshuesar cerezas que llevaba treinta años en posesión de Enid y queésta jamás había llegado a utilizar; mientras él, a su vez, en el lado occidental, porningún motivo que Enid alcanzara a discernir, iba desmenuzando una coronahecha de pinas, de avellanas pintadas con spray y nueces del Brasil.Al este de la mesa de Ping-Pong se encontraba el taller donde Alfred teníainstalado su laboratorio metalúrgico. Ahora, el taller estaba habitado por unacolonia de grillos mudos, de color polvo, que, cuando se alarmaban por algunarazón, salían disparados en todas direcciones, como canicas cuando se caen alsuelo, perdiéndose alguno de ellos en la dirección equivocada, amontonándose, losmás, con el peso de sus copiosos protoplasmas. Reventaban con demasiadafacilidad, y, luego, para limpiar la mancha, hacía falta más de un Kleenex. Enid yAlfred padecían muchos males que a ellos se les antojaban extraordinarios,descomunales
 bochornosos
 , y uno de esos males eran los grillos.El polvo grisáceo del mal de ojo y las telarañas del encantamiento revestíande espesa alfombra el viejo horno de arco eléctrico, y los botes de exótico rodio, desiniestro cadmio, de leal bismuto, y las etiquetas escritas a mano, oscurecidas porlos vapores procedentes de una botella de agua regia con tapón de cristal, y elcuaderno de cuadrícula en que la última anotación de Alfred databa de antes deque empezaran las traiciones, es decir: quince años. Algo tan cotidiano y familiarcomo un lápiz seguía ocupando el mismo espacio aleatorio del banco de trabajodonde Alfred lo había colocado en otro decenio; el transcurso de tantísimos añosimpregnaba el lápiz de una especie de hostilidad. De un clavo, bajo doscertificados de la oficina de patentes de los Estados Unidos, con los marcosdeformados y sueltos por la humedad, colgaban dos mitones de amianto. Sobre el
 
estuche de un microscopio binocular yacían grandes trozos de pintura seca caídadel techo. Los únicos objetos libres de polvo que había en la habitación eran elsillón de mimbre de dos plazas, una lata de Rust-Oleum y varias brochas, así comoun par de latas de café Yuban que, a pesar de la creciente evidencia olfativa, Enidhabía decidido no creer que estuviesen llenas de pis de su marido: ¿por qué razóniba a orinar en una caja de Yuban, teniendo a siete pasos un pequeño serviciodonde podía hacerlo?Al oeste de la mesa de Ping-Pong estaba el sillón azul de Alfred, grande, conun exceso de relleno, con cierto aspecto gubernamental. Era de cuero, pero olíacomo el interior de un Lexus: a algo moderno y clínico e impermeable de lo cualresultaba muy fácil borrar el olor de la muerte, con un paño húmedo, antes de quese sentara el siguiente, para morir en él.El sillón era la única compra de consideración que Alfred había hecho en suvida sin aprobación de Enid. Cuando tuvo que ir a China a hablar con losingenieros de los ferrocarriles chinos, Enid lo acompañó, y juntos visitaron unafábrica de alfombras, con idea de comprar una para el cuarto de estar. No teníanninguna costumbre de gastar dinero en sí mismos, de modo que eligieron una delas alfombras menos caras, con un dibujo muy simple, tomado del
Libro de losCambios,
sobre fondo beige. Unos años más tarde, cuando Alfred se jubiló de laMidland Pacific Railroad, le vino la idea de cambiar el viejo sillón de cuero negro,con olor a vaca, en que se sentaba a ver la tele y echar sus cabezaditas. Quería algoverdaderamente cómodo, claro, pero, tras una vida entera dedicada a atender a losde más, lo que necesitaba era algo más que comodidad, necesitaba un monumentoa tal necesidad. De modo que allá se fue, solo, a una tienda de muebles, de las deprecio fijo, y eligió un sillón de permanencia. Un sillón de ingeniero. Un sillón detales dimensiones, que uno, por grande que fuera, se perdía dentro; un sillónconcebido para superar los más duros requerimientos. Y, dado que el azul delsillón hacía juego, más o menos, con el azul de la alfombra china, Enid no tuvo másremedio que tolerar su despliegue en el cuarto de estar.Y, sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que a Alfred le diera porderramar café descafeinado en las extensiones beige de la alfombra, y a los nietosasilvestrados por tirar cerezas y lápices de cera, para que el primero que llegara lospisase, y Enid empezó a pensar que la alfombra había sido un error. Tenía laimpresión de que así, por ahorrar, había cometido muchos errores en la vida.Incluso llegó a la conclusión de que habría sido mejor dejarse de alfombras y nocomprar ninguna, antes que ésa. Finalmente, a medida que las cabezaditas deAlfred fueron derivando hacia el encantamiento, acabó de animarse. Su madre lehabía dejado una pequeña herencia, hacía unos años. Con los intereses añadidos alprincipal, más unas acciones que se habían comportado bien en bolsa, ahora
 
disponía de su propio capital. Replanteó el cuarto de estar en tonos verdes yamarillos. Encargó telas. Al llegar el empapelador, Alfred, que, por el momento,dormía sus siestas en el comedor, se puso en pie como quien despierta de un malsueño.
¿Otra vez
estás cambiando la decoración?
Es mi dinero
dijo Enid
. Y me lo gasto como quiero.
Sí, ¿y qué me dices de todo el dinero que gané
 yo?
¿Y de todo el trabajo que
me
tocó sacar adelante?Este argumento le había funcionado bien en el pasado
era, por así decirlo,el fundamento constitucional que legitimaba su tiranía
 , pero esta vez nofuncionó.
Esta alfombra tiene cerca de diez años, y las manchas de café no hay quienlas quite
replicó Enid.Alfred hizo gestos en dirección a su sillón azul, que ahí, bajo los plásticos delempapelador, tenía toda la pinta de un objeto de los que se entregan a una centraleléctrica en camioneta de plataforma. Le entraron temblores de incredulidad, nopodía creer que Enid hubiera olvidado la aplastante refutación de sus argumentos,los abrumadores impedimentos a sus planes. Era como si toda la no libertad en queél había pasado siete decenios de su existencia estuviera contenida en aquel sillónque ya tenía seis años, pero que, en esencia, seguía nuevo. Le vino una sonrisa y,con ella, le resplandecía en el rostro la tremenda perfección de su lógica.
¿Y el sillón, qué?
dijo
. ¿Qué pasa con el sillón?Enid miró el sillón. Su expresión era de mero padecimiento, y nada más.
Nunca me gustó ese sillón.Era, con toda probabilidad, lo más terrible que le podía haber dicho a Alfred.El sillón era la única señal que él había dado, en toda su vida, de poseer una visiónpersonal del futuro. Las palabras de Enid le causaron tanta pena, le hicieron sentirtanta lástima por el mueble, tanta solidaridad con él, lo dejaron tan atónito ante latraición, que apartó de un tirón el plástico, se hundió en los brazos del sillón y sequedó dormido.(Así se queda uno dormido en los sitios encantados, y así nos damos cuentade que están encantados.)Cuando quedó claro que la alfombra y el sillón tenían que desaparecer, laalfombra no supuso ningún problema. Enid insertó un anuncio en el periódicolocal y cayó en sus redes una señora nerviosa como un pájaro, que aun estaba en
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fabricante de Aslan, Farmacopea S.A., carece de incentivos para proveerme demuestras gratuitas suficientes para atender la extraordinaria demanda, lo quehago, por pura necesidad, es comprar muestras gratuitas a granel. De ahí loshonorarios de mi consulta, que de otro modo podrían parecer algo exagerados.
¿Cuál es el valor real en efectivo de las ocho muestras?
le preguntó Enid.
Dado su carácter gratuito, y que está prohibida su comercialización, suvalor monetario es nulo, Eartha. Si lo que me preguntas es cuánto me cuestaofrecerte este servicio sin cobrarte nada, la respuesta es unos ochenta dólares de losEstados Unidos.
¡A cuatro dólares la pastilla!
Exacto. La dosis plena para pacientes de sensibilidad normal es de treintamiligramos al día. Dicho de otro modo: una pastilla con capa protectora. Cuatrodólares diarios por sentirse estupendamente: habrá pocos pasajeros a quienes noles parezca una ganga.
Bueno, pero dígame: ¿qué es el Ashram?
Aslan. Se llama así, según cuentan, por una criatura mítica de algunamitología antigua. Mitraísmo, adoración del sol, etcétera. Para decirle más, tendríaque inventármelo. Pero creo que Aslan era una especie de león bueno.El corazón de Enid brincó en su jaula. Tomó un paquete de muestra deencima de la mesa y examinó las pastillas a través de sus burbujas de plástico duro.Cada pastilla dorada, color león, presentaba una hendidura central por dondepartirla en dos y llevaba como blasón un sol de muchos rayos
¿o era la cabeza,
en silueta, de algún león de rica melena? La etiqueta era aslan® Crucero™.
¿Qué efecto tiene?
Ninguno
replicó Hibbard
 , para las personas en perfecto estado desalud mental. Pero, seamos francos, ¿hay alguien que responda a esa definición?
Y ¿qué pasa si no está uno en perfecto estado de salud mental?
Aslan suministra una regulación de factores verdaderamente devanguardia. Los mejores fármacos ahora autorizados en Norteamérica son comoun par de Marlboros y un cuba libre, comparados con Aslan.
¿Es un antidepresivo?
Sería una forma muy tosca de expresarlo. Llamémosle, mejor, «optimizadorde personalidad».
Y ¿por qué «Crucero»?
 
Aslan optimiza en dieciséis dimensiones químicas
dijo Hibbard,haciendo gala de gran paciencia
. Pero adivine qué. Lo óptimo para una personaque está disfrutando de un crucero marítimo no es óptimo para quien estáfuncionando en su puesto de trabajo. Las diferencias químicas son muy sutiles,pero también puede ejercerse un control muy calibrado, de modo que ¿por qué nohacerlo? Además del Aslan «Básico», Farmacopea comercializa otras sietepresentaciones. Aslan «Esquí», Aslan «Hacker», Aslan «Ultra Rendimiento», Aslan«Adolescentes», Aslan «Club Méditerranée», Aslan «Años Dorados»... Y me olvidouno. Ah, sí: Aslan «California». Con mucho éxito en Europa. En el transcurso delos dos próximos años está previsto elevar a veinte el número de presentaciones.Aslan «Súper Estudiante», Aslan «Cortejo», Aslan «Noches en blanco», Aslan«Desafío al Lector», Aslan «Selecto», blablá blablá. La aprobación en EstadosUnidos por parte de los organismos competentes aceleraría el proceso, pero habráque esperar sentados. Si me pregunta usted, ¿qué distingue «Crucero» de losdemás Aslan?, la respuesta es: que pone el interruptor de la ansiedad en No. Bajaese pequeño indicador hasta situarlo en cero. Algo que no hace Aslan «Básico»,porque en el funcionamiento cotidiano es deseable un moderado nivel deansiedad. Yo, por ejemplo, estoy ahora con el «Básico», porque me toca trabajar.
¿Y c...?
Menos de una hora. Ahí está lo más esplendoroso del asunto. La acción esprácticamente instantánea, sobre todo si la comparamos con las cuatro semanasque necesitan algunas de las pastillas antediluvianas que se siguen tomando enEstados Unidos. Empieza usted hoy a tomar Zoloft, y con un poco de suerte a lomejor empieza a sentirse mejor el viernes que viene.
No, digo que cómo hago para seguir tomándolo en casa.Hibbard miró el reloj.
¿De qué parte del país eres, Andie?
De St. Jude, en el Medio Oeste.
Vale. Entonces, lo mejor es que se consiga Aslan mexicano. O, si tienesamigos que viajen a Argentina o Uruguay, puedes llegar a algún acuerdo con ellos.Ni que decir tiene que si le tomas afición al fármaco y deseas una disponibilidadtotal, las Pleasurelines estarán encantadas de recibirte de nuevo a bordo.Enid frunció el ceño. Este doctor Hibbard era muy guapo y muy carismático,y a ella le encantaba la idea de una pildora que la ayudara a disfrutar del crucero y,al mismo tiempo, a cuidar mejor de Alfred. Pero el buen doctor se pasaba de labia.Y, además, Enid se llamaba Enid. E-N-I-D.
 
¿Está usted total y absolutamente seguro de que me sentará bien?
dijo
.¿Está súper convencido de que es lo mejor que puedo tomar?
Te lo garantizo
dijo Hibbard, guiñándole un ojo.
Pero ¿qué significa optimizar?
Notarás una gran capacidad de resistencia emotiva
dijo Hibbard
. Tesentirás más flexible, más confiada, más contenta contigo misma. Te desapareceránla angustia y el exceso de sensibilidad, así como la mórbida preocupación por laopinión de los demás. Cualquier cosa de que ahora te avergüences...
dijo Enid
. Sí.
«Si surge, ya hablaremos de ellos. Si no, ¿para qué mencionarlo?» Esa serátu actitud. La bipolaridad de la timidez, un círculo vicioso de la confesión alengaño y del engaño a la confesión... ¿Es algo de eso lo que te hace sentir adisgusto?
Veo que usted me comprende.
Es todo por la química cerebral, Elaine. Un fuerte impulso de contar lascosas, un impulso, igual de fuerte, de ocultarlas. ¿Qué es un impulso fuerte? ¿Quéva a ser, sino química? ¿Qué es la memoria? ¡Un cambio de tipo químico! O quizáun cambio estructural, pero, ¿sabes qué? Las estructuras están hechas de proteínas.Y ¿de qué están hechas las proteínas? De aminas.A Enid le pasó por la cabeza, haciéndole sentirse vagamente inquieta, la ideade que eso no era lo que enseñaba su Iglesia
sino que Cristo sin dejar de ser untrozo de carne colgando de una cruz, era también Hijo de Dios
 , pero lascuestiones de carácter doctrinal siempre se le habían antojado disuasoriamentecomplejas, y el reverendo Anderson, el de su iglesia, tenía cara de bondad ygastaba bromas en los sermones y hablaba de los chistes del New Yorker o deescritores seglares como John Updike, y nunca incurría en nada molesto, comodecirles a sus feligreses que estaban condenados, lo cual habría sido absurdo,porque todos ellos eran gente cariñosa y simpática, y luego, además, Alfredsiempre se había mofado de su fe, y a ella le resultó más fácil dejar de creer (si esque alguna vez había creído) que tratar de vencer a Alfred en un debate filosófico.Ahora, Enid pensaba que uno se muere y se acabó, muerto queda, y el modo quetenía el doctor Hibbard de presentar las cosas le parecía bastante lógico.Pero nunca había comprado nada sin ofrecer resistencia, de modo que dijo:
Mire, yo soy una vieja tonta del Medio Oeste, o sea que eso de cambiar depersonalidad no me suena muy bien.Puso una cara muy larga y muy preocupada, no fuera a ser que no se le
 
notara la desaprobación.
¿Qué tiene de malo cambiar?
dijo Hibbard
. ¿Tan contenta estás decómo te sientes ahora?
Pues no, pero si me convierto en otra persona después de tomar la píldoraesta, si me vuelvo
diferente,
no puede ser nada bueno, y...
Créeme que te comprendo muy bien, Edwina. Todos nos apegamos de unmodo irracional a unas determinadas coordenadas químicas de nuestro carácter ytemperamento. Es una variante del miedo a la muerte, ¿cierto? Ignoro cómo seríadejar de ser el que ahora soy. Pero, ¿sabes qué? Si «yo» ya no está ahí para notar ladiferencia, a «yo» qué más le da. Estar muerto es problema si uno sabe que estámuerto, lo cual es imposible, precisamente por estar muerto.
Pero es que suena como si esa medicina hiciera iguales a todos los que latoman.
Eh eh. ¡Bip bip! ¡Error! Porque, ¿sabes qué? Dos personas pueden tener lamisma personalidad y seguir siendo singulares. Dos personas con el mismocoeficiente intelectual pueden diferir en cuanto a sus conocimientos y al contenidode sus memorias. ¿Cierto? Dos personas muy cariñosas pueden tener objetos deafecto completamente distintos. Dos individuos idénticos en su aversión al riesgopueden diferir por completo en cuanto a los riesgos que cada uno evita. Puede queAslan nos haga a todos un poco más parecidos, pero ¿sabes qué, Enid? No por ellodejamos de ser singulares.El doctor dio suelta a una sonrisa especialmente encantadora, y Enid,teniendo en cuenta que, según su cálculo, la consulta iba a costarle 62 dólares,decidió que el hombre ya le había dedicado la suficiente atención y el suficientetiempo, e hizo lo que supo que iba a hacer desde la primera vez que puso los ojosen las leoninas y soleadas pastillas. Abrió el bolso y extrajo 150 dólares en efectivodel sobre de las Pleasurelines donde llevaba sus ganancias de las tragaperras.
Puro gozo del León
dijo Hibbard, guiñándole el ojo, mientras le acercaba,haciéndolo deslizarse sobre la mesa, el montoncito de paquetes de muestra
.¿Quieres una bolsa?Con el corazón batiéndole en las sienes, Enid regresó a la zona de proa de laCubierta B. Tras la pesadilla de los días y noches precedentes, de nuevo tenía algoconcreto que esperar; y qué tierno, el optimismo de quien lleva encima una drogarecién conseguida y de ella espera que le cambie la cabeza; y qué universal, el ansiade eludir los condicionamientos del yo. Ningún ejercicio más agotador que el dellevarse la mano a la boca, ningún acto más violento que el de tragar, ningúnsentimiento religioso, ninguna fe en nada más místico que la relación causa y
 
efecto, eran necesarios para experimentar los beneficios de una transformación pormedio de una píldora.
Estaba deseando tomársela.
Fue flotando por los aires hastallegar al B11, donde, afortunadamente, no había rastro de Alfred. Como queriendoreconocer la naturaleza ilícita de su misión, echó el cerrojo de la puerta que daba alpasillo. Y, además, se encerró en el cuarto de baño. Levantó los ojos hacia susgemelos especulares y, en un impulso ceremonial, les devolvió la mirada como nolo había hecho en meses, o quizá en años. Presionando hasta hacerla romper elenvoltorio de papel de estaño, liberó una dorada pastilla de Aslan. Se la puso en lalengua y se la tragó con agua.Dedicó los minutos siguientes a cepillarse los dientes y a pasarles seda dental:un poco de limpieza oral para pasar el rato. Luego, con un estremecimiento decansancio máximo, se metió en la cama a esperar tendida.Dorada luz de sol cayó sobre la colcha, en ese camarote sin ventanas.Le olfateó la palma de la mano con su cálido hocico de terciopelo. Le lamiólos párpados con su lengua rasposa y, a la vez, resbaladiza. Tenía un aliento dulcey vivificante.Cuando despertó, la luz halógena del camarote había dejado de ser artificial.Era la fresca luz del sol, tras una nube pasajera.He tomado la medicina, se dijo. He tomado la medicina. He tomado lamedicina.Su recién adquirida flexibilidad emocional recibió un duro golpe a la mañanasiguiente, cuando se levantó a las siete y descubrió a Alfred acurrucado yprofundamente dormido en la ducha.
Te has quedado dormido en la ducha, Al
dijo
. Ése no es sitio paradormir.Una vez que lo hubo despertado, empezó a lavarse los dientes. Alfred abrióunos ojos desdemenciados y pasó revista a la situación.
Uf, me he quedado tieso
dijo.
¿Qué demonios estabas haciendo ahí?
le gargarizó Enid a través de laespuma fluorada, sin dejar de cepillarse alegremente.
Se me revolvió todo durante la noche
dijo él
. He tenido unos sueños...Enid estaba descubriendo que en brazos de Aslan poseía nuevas reservas depaciencia para forzar la muñeca y dale que te pego y cepillarse el lateral de las
 
muelas como le recomendaba el dentista. Observó con un interés entre medio y bajo el proceso por el que Alfred iba alcanzando la plena verticalidad, a base deapuntalarse, apalancarse, izarse, estabilizarse y controlar el grado de inclinación.De la cintura le colgaba un taparrabos loco, hecho de jirones y nudos de pañal.
Mira esto
dijo, moviendo la cabeza
. Pero mira esto.
He dormido maravillosamente
contestó ella.
¿Cómo están nuestros queridos flotantes esta mañana?
preguntó a la mesa lacoordinadora de actividades diversas, Suzy Ghosh, con voz de melena en unanuncio de champú.
Pasó la noche y no hemos naufragado, si es eso lo que quiere decir usted
dijo Sylvia Roth.Los noruegos monopolizaron inmediatamente a Suzy con un complicadísimointerrogatorio sobre
lap swimming
en la piscina mayor del
Gunnar Myrdal.
 
Vaya, vaya, Signe, qué sorpresa tan grande
comentó el señor Söderblad asu mujer, a volumen indiscreto
. Los Nygren tienen una pregunta muy larga parala señorita Ghosh, esta mañana.
Sí, Stig, nunca dejan de tener alguna pregunta muy larga, ¿verdad? Sonunas personas muy meticulosas, nuestros queridos Nygren.Ted Roth hizo girar medio pomelo como en un torno de alfarero,desnudándole la carne.
La historia del carbón
dijo
es la del planeta. ¿Está usted al corriente delefecto invernadero?
Libre de los tres impuestos
dijo Enid.Alfred asintió:
Conozco el efecto invernadero, sí.
A veces tienes que cortar tú mismo los cupones, y suelo olvidarme
dijoEnid.
La tierra estaba más caliente hace cuatro mil millones de años
dijo eldoctor Roth
. La atmósfera era irrespirable. Metano, dióxido de carbono, sulfurode hidrógeno.
Claro que a nuestra edad los ingresos cuentan más que el crecimiento.
La naturaleza aún no había aprendido a descomponer la celulosa. Cuando
 
caía un árbol, ahí se quedaba, en el suelo, y luego le caía otro encima y loenterraba. Esto era en el Carbonífero. La tierra era una lujosa debacle. Y en eltranscurso de millones y millones de años cayéndose los árboles unos encima deotros, casi todo el carbono desapareció del aire y quedó enterrado. Y así ha seguidohasta ayer mismo, hablando en términos geológicos.
Lap-swimming,
Signe. ¿Será algo así como el
lap-dancing?
 
Hay gente verdaderamente desagradable
dijo la señora Nygren.
Hoy en día, lo que ocurre cuando un tronco cae al suelo es que los hongos ylos microbios lo digieren, y todo el carbono regresa al cielo. Nunca podrá haberotro período Corbonífero. Jamás. Porque no hay modo de enseñarle a laNaturaleza a no biodegradar la celulosa.
Ahora se llama Orfic Midland
dijo Enid.
Los mamíferos llegaron con el enfriamiento de la Tierra. Escarcha en lascalabazas. Cosas peludas en madrigueras. Pero ahora somos unos mamíferos muyinteligentes y estamos extrayendo todo el carbono enterrado para devolverlo a laatmósfera.
Creo que nosotros tenemos alguna acción de la Orfic Midland
dijoSylvia.
Sí, en efecto
dijo Per Nygren
nosotros también tenemos alguna acciónde la Orfic Midland.
Si lo dice Per
dijo la señora Nygren.
Punto redondo
dijo el señor Söderblad.
Una vez que hayamos quemado todo el carbón y todo el petróleo y todo elgas
dijo el doctor Roth
 , habremos recuperado la atmósfera de antaño. Unaatmósfera tórrida y desagradable, que nadie ha conocido en los últimos trescientosmillones de años. Así será, en cuanto liberemos al genio del carbono de su botellalítica.
Noruega tiene un sistema de jubilación verdaderamente soberbio, hum,pero yo complemento la cobertura nacional con un fondo privado. Per no dejapasar una mañana sin comprobar el precio de cada acción del fondo. Hay bastantesacciones norteamericanas. ¿Cuántas son, Per?
Cuarenta y seis en este momento
dijo Per Nygren
. Si no me equivoco,Orfic es el acrónimo de Oak Ridge Fiduciary Investment Corporation. Las accionesvienen sosteniéndose muy bien y dan un dividendo muy saneado.
Fascinante
dijo el señor Söderblad
. ¿Dónde está mi café?
 
Pero oye, Stig,
dijo Signe Söderblad
 , estoy segura de que nosotrostambién tenemos acciones de esas, de Orfic Midland.
Tenemos muchísimas acciones. No pretenderás que me acuerde de cómo sellaman. Y, además, la letra de los periódicos es diminuta.
La moraleja de la historia es: no reciclemos el plástico. Enviemos el plásticoa los vertederos industriales. Dejemos el carbono bajo tierra.
Si de Al hubiera dependido, tendríamos todo el dinero en la cartilla deahorros.
Hay que enterrarlo. Enterrarlo. Hay que mantener a raya al genio de la botella.
Y yo tengo una afección ocular que me hace muy dolorosa la lectura
dijoel señor Söderblad.
¿De veras?
dijo la señora Nygren, con acrimonia
. ¿Qué nombre médicotiene esa afección?
Me encantan estos días tan frescos del otoño
dijo el doctor Roth.
Aunque, claro
dijo la señora Nygren
 , para enterarse del nombre de laafección tendría usted que leerlo, y eso le duele.
Este planeta es un pañuelo.
Hay lo que se llama ojo perezoso o vago, pero que ocurra en los dos ojos almismo tiempo...
De hecho, no es posible
dijo el señor Nygren
. El síndrome del ojoperezoso, o ambliopía, es una afección en la que un ojo asume el trabajo del otro.De modo que si un ojo es perezoso, el otro, por definición...
Déjalo ya, Per
dijo la señora Nygren.
¡Inga!
Camarero, un poco más.
Imaginemos la clase media alta de Uzbekistán
dijo el doctor Roth
. Unafamilia tiene el mismo Ford Stomper que tenemos nosotros. De hecho, la únicadiferencia entre nuestra clase media alta y su clase media alta es que en Uzbekistánno hay ninguna familia, ni siquiera la más rica del pueblo, que tenga instalaciónsanitaria interior.
Soy consciente
dijo el señor Söderblad
que mi condición de no lectorme hace inferior a todos los ciudadanos noruegos. Lo reconozco.
 
Moscas como alrededor de algo que lleva cuatro días muerto. Un cubo decenizas para espolvorear en el agujero. Lo poquito que se ve hacia abajo ya es másde lo que le apetece a uno ver. Y un Ford Stomper resplandeciente aparcadodelante de la casa. Y nos graban en vídeo mientras nosotros los grabamos a ellos envídeo.
Y, sin embargo, a pesar de esta incapacidad mía, me las apaño muy bienpara gozar de alguna cosa que otra, en esta vida.
Pero qué vacuos deben de ser nuestros placeres, Stig
dijo SigneSöderblad
 , comparados con los gozos de los Nygren.
Sí, ellos parecen experimentar los más profundos y perdurables placeres dela mente. Y, dicho sea de paso, Signe, hay que ver lo bien que te sienta el vestidoque llevas hoy. El mismísimo señor Nygren te lo está admirando, a pesar de losprofundos y perdurables placeres que sabe hallar en otras cosas.
Vamonos de aquí, Per
dijo la señora Nygren
. Nos están insultando.
¿Has oído, Stig? Los Nygren han sido insultados y van a abandonarnos.
Qué pena. Con lo divertidos que son.
Nuestros hijos viven todos en el este, ahora
dijo Enid
. Parece que ya noqueda nadie a quien le guste el Medio Oeste.
Estoy esperando el momento oportuno, amigo
dijo una voz familiar.
La cajera del comedor de ejecutivos de Du Pont era de Uzbekistán. Seguroque habré visto uzbekistaníes en el IKEA de Plymouth Meeting. No estamoshablando de extraterrestres. Los uzbekistaníes llevan gafas. Y vuelan en aviones.
A la vuelta pararemos en Filadelfia, para comer en su nuevo restaurante.¿Cómo se llama? ¿El Generador?
Qué bárbaro, Enid, ¿es ése el restaurante de tu hija? No hará ni dossemanas que hemos estado Ted y yo.
El mundo es un pañuelo
dijo Enid.
Cenamos espléndidamente. Algo inolvidable.
De modo que, en resumidas cuentas, nos hemos gastado seis mil dólarespara que nos recuerden a qué huele una letrina.
Eso es algo que yo nunca olvidaré
dijo Alfred.
¡Y todavía hay que dar las gracias por la letrina! Eso es lo que se sacaviajando por el extranjero. Algo que en modo alguno puede darte la televisión ylos libros, algo que hay que experimentar de primera mano. Quítanos la letrina y
 
será como si hubiéramos tirado seis mil dólares por la ventana.
¿Vamos a la Cubierta del Sol a freímos los sesos?
Sí, sí, Stig, vamos. Estoy intelectualmente exhausta.
Demos gracias a Dios por la pobreza. Demos gracias a Dios por lo deconducir por la izquierda. Demos gracias a Dios por Babel. Demos gracias a Diospor los voltajes raros y los enchufes de formas pintorescas
el doctor Roth se bajólas gafas para observar, por encima de las lentes, el éxodo sueco
. Así, de pasada,señalemos que todos los vestidos que lleva esa mujer están pensados paraquitárselos a toda prisa.
Nunca he visto a Ted con tantas ganas de desayunar
dijo Sylvia
. Y decomer. Y de cenar.
Deslumbrantes panoramas nórdicos
dijo Roth
. ¿No es a eso a lo quehemos venido?Alfred, incómodo, bajó la vista. También a Enid se le clavó en la garganta unaespinita de gazmoñería.
¿Será verdad que padece una afección ocular?
logró decir, de todasformas.
Desde luego tiene un ojo excelente, al menos en un sentido.
Ya vale, Ted.
Es un tópico manido, per se, que la bomba sueca sea un tópico manido.
Ya vale.El ex vicepresidente de Control de Calidad volvió a colocarse las gafas en susitio de la nariz y miró a Alfred.
Me gustaría saber si la razón de que estemos tan deprimidos está en laausencia de fronteras. Ya no podemos seguir creyendo que haya sitios donde nadieha estado nunca. No sé si no estará creándose una especie de depresión colectiva,en el mundo entero.
Esta mañana es una maravilla lo bien que me encuentro. De loestupendamente que he dormido.
Las ratas de laboratorio se ponen muy inquietas en condiciones desuperpoblación.
La verdad, Enid, pareces otra. Dime que no tiene nada que ver con elmédico ese de la Cubierta D. He oído cosas.
 
¿Cosas?
La llamada ciberfrontera
dijo el doctor Roth
 , pero ¿qué tiene desalvaje?
Un fármaco que se llama Aslan
dijo Sylvia.
¿Aslan?
La llamada frontera espacial
dijo el doctor Roth
; pero a mí me gusta laTierra. Es un buen planeta. Tiene una atmósfera con escasez de cianuro, de ácidosulfúrico, de amoníaco. Algo de que no todos los planetas pueden presumir.
La ayudita de la abuela. Creo que lo llaman así.
Pero incluso en tu casa grande y tranquila te sientes agobiado si hay unacasa grande y tranquila en las antípodas y en todos los puntos intermedios.
Yo lo único que pido es un poco de intimidad
dijo Alfred.
Entre Groenlandia y las Malvinas no hay una sola playa que no esté enpeligro de desarrollo. Ni una sola hectárea sin desbrozar.
Ay, pero ¿qué hora es?
dijo Enid
. No vayamos a perdernos laconferencia.
A Sylvia no le ocurre lo mismo. A ella le encanta la bullanguería de losmuelles.
Sí que me gusta la bullanga
dijo Sylvia.
Pasarelas, portillas, estibadores. Le encanta el estruendo de las bocinas.Para mí, esto es un parque temático flotante.
Hay que tolerar cierto grado de fantasía
dijo Alfred
. No puedeevitarse.
Mi estómago y Uzbekistán no hicieron muy buenas migas
dijo Sylvia.
Me gusta el despilfarro que hay por ahí arriba
dijo el doctor Roth
. Es bueno ver tantísima distancia desperdiciada.
Está usted echándole romanticismo a la pobreza.
¿Perdóneme?
Nosotros hemos estado en Bulgaria
dijo Alfred
. No sé nada deUzbekistán, pero hemos estado en China. Todo lo que se veía desde el tren, perotodo, lo habría echado abajo yo. Si de mí hubiera dependido, lo habría echadoabajo todo y a empezar desde cero. Las casas no tienen por qué ser bonitas, hayque hacerlas sólidas. Instalar fontanería. Una buena pared de cemento y un techo
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había picado con otro hombre. Más le valía trabajar mucho y no ver a nadie. Lavida, en su experiencia, tenía una especie de lustre de terciopelo. Si mira uno desdecierto punto de vista, sólo se ven cosas raras. Pero basta con desplazar un poco lacabeza y todo parece razonablemente normal. Actuaba en el convencimiento deque no podría hacerle daño a nadie si se limitaba a trabajar.Cierta luminosa mañana de mayo, Brian Callahan llegó ante la casa donde vivíaDenise, en Federal Street, conduciendo su viejo Volvo familiar color helado depistacho. Cuando se compra uno un Volvo de segunda mano, hay que buscarlo decolor verde pálido, y Brian era la típica persona que nunca se compraría un cochede primera clase si no era del mejor color. Ahora que era rico podía pedir que se lopintaran del color que le viniese en gana, claro; pero, al igual que Denise, Brian erala típica persona para quien hacer eso era hacer trampas.Nada más entrar en el coche, Brian le preguntó si podía vendarle los ojos.Denise miró el pañuelo negro que él le mostraba. Miró su anillo de boda.
Confía en mí
dijo él
. La sorpresa vale la pena.Ya antes de vender Eigenmelody por 19,5 millones de dólares, Brian iba porel mundo como quien acaba de descubrir una mina de oro. Tenía el rostro carnosoy algo menos que agraciado, pero también tenía unos ojos azules de primera y elpelo rubio y pequitas de niño pequeño. Tenía toda la pinta de ser lo que era: unantiguo jugador de lacrosse de Haverford y, en lo esencial, un hombre como Diosmanda, a quien nada malo le había ocurrido nunca y a quien, por consiguiente,más valía no decepcionar.Denise permitió que le tocase la cara. Permitió que aquellas manazastrebejasen en su cabello y anudaran el pañuelo, le permitió incapacitarla.El motor del Volvo era un canto al esfuerzo requerido para propulsar un buen pedazo de metal por la carretera adelante. Brian hizo sonar una canción deun grupo todo de chicas en su estéreo de quita y pon. A Denise le gustó la música,pero tampoco era para sorprenderse. Brian parecía empeñado en no hacer ni decirni obligarla a oír nada que no le gustase. Llevaba tres semanas llamándola porteléfono y dejándole mensajes en voz baja. («Hola, soy yo.») Su amor se veía venirde lejos, igual que un tren, y le gustaba. La excitaba por delegación. Denise no seequivocaba pensando que esa excitación fuera atracción (Hemerling, si no otracosa, al menos había hecho que Denise desconfíase de sus sentimientos), perotampoco evitaba alentar a Brian en sus aspiraciones; y esta mañana se habíavestido en consecuencia. No era justo, el modo en que se había vestido.
 
Brian le preguntó que qué le parecía la canción.
Bah
se encogió de hombros, poniendo a prueba los límites de su ansiapor satisfacerla
. No está mal.
Me dejas atónito
dijo él
. Estaba convencido de que te encantaría.
Es que me encanta.Denise pensó:
¿qué problema tengo?
 Iban por una mala carretera, con trechos adoquinados. Cruzaron pasos anivel y tramos de gravilla, con badenes. Brian aparcó.
Me he gastado un dólar en comprar una opción por este sitio
dijo
. Sino te gusta, un dólar menos que tengo.Denise llevó la mano al pañuelo.
Voy a quitarme esto.
No. Un momento, ya casi estamos.La agarró del brazo de modo legal y la condujo por gravilla tibia hasta llegara una zona de sombra. Denise olió el río, la quietud de su cercanía, su alcancelíquido, que devora todo sonido. Oyó unas llaves y un candado, el rezongo deunos goznes reforzados. El frío aire industrial de un almacén cerrado le recorrió loshombros desnudos y le pasó entre las piernas desnudas. Olía a cueva sin contenidoorgánico.Brian la ayudó a subir cuatro tramos de escaleras metálicas, quitó el candadode otra puerta y la hizo entrar en un espacio más cálido, donde la reverberaciónadquiría una grandeza de estación de ferrocarril o de catedral. El aire olía a mohoseco que se nutría de moho seco que se nutría de moho seco.Antes de que Brian acabara de devolverle la visión, Denise supo dóndeestaba. La Philadelphia Electric Company, en los años setenta, había retirado deservicio sus plantas energéticas de carbón contaminante, majestuosos edificioscomo éste, situado justo al sur de Center City, que Denise siempre admiraba alpasar con el coche, aminorando la marcha. El espacio era vasto y brillante. El techoestaba a veinte metros y altas vidrieras a lo Chartres horadaban los muros norte ysur. El suelo de cemento había sido objeto de sucesivos parches y se le veíanestropicios causados por materiales más duros que él: era más un terreno que unsuelo propiamente dicho. En el centro se alzaban los restos exoesqueléticos de dosunidades de caldera y turbina, que parecían grillos tamaño casa, sin antenas nipatas. Rectángulos de capacidad perdida, electromotores, negros, erosionados. Enla parte del río había unas gigantescas escotillas por donde en tiempos entraba el
 
carbón y salían las cenizas. Trazas de conducciones y toboganes y escalerasausentes abrillantaban las renegridas paredes.Denise negó con la cabeza.
Aquí no puedes montar un restaurante.
Temía que dijeras eso.
No voy a poder dejarte sin un dólar: tú solo vas a perder todo lo que tienes.
Podría conseguir alguna aportación bancaria, también.
Por no mencionar el bifenil policlorinado y el amianto que nos estamosechando para el cuerpo mientras hablamos.
En eso te equivocas
dijo Brian
. Este lugar no tendría un precioasequible si cumpliese los requisitos de los superfondos de inversión. Sin el dinerode los superfondos, la PECO no puede permitirse derribarlo. Está demasiadolimpio.
Pobre PECO, qué penita me da.Se acercó a las turbinas, enamorada ya de aquel espacio, aunque no fuera eladecuado. La decadencia industrial de Filadelfia, los putrescentes encantos delTaller del Mundo, la supervivencia de estas megarruinas en estos microtiempos:Denise era capaz de identificar ese talante porque había nacido en una familia depersonas mayores que guardaba en el sótano las cosas de lana, en alcanfor, igualque las metálicas, en unas cajas vetustas. De la destellante modernidad del colegioregresaba todas las tardes al mundo de su casa, más oscuro y más viejo.
Esto no hay quien lo caliente en invierno ni quien lo refresque en verano
dijo
. Es una pesadilla en forma de gastos de mantenimientos.Brian, con su mina de oro recién descubierta, la miraba atentamente.
Mi arquitecto dice que se puede instalar una sección en toda la parte sur, alo largo de las vidrieras. Salen unos doce metros. Cristal en los otros tres lados. Lacocina, abajo. Limpiar las turbinas con vapor, colgar unos cuantos focos y lo demásdejarlo tal cual, en su mayor parte.
Es tirar dinero a la basura.
Como verás, no hay palomas
dijo Brian
. Ni charcos.
Tienes que contar un año para conseguir todos los permisos, otro paraconstruir, otro para pasar las inspecciones. Es mucho tiempo para que me estéspagando por no hacer nada.Brian le explicó que su idea era abrir en febrero. Tenía amigos arquitectos y
 
contratistas, y no preveía ningún problema con la L amp;I, la temida oficina deLicencias e Inspecciones.
El comisario
dijo
es amigo de mi padre. Juegan al golf juntos todos los jueves.Denise se echó a reír. La ambición de Brian, su competencia, le «dabancosquillitas», por decirlo como lo habría dicho su madre. Miró los arcos de lasventanas.
No sé qué clase de comida piensas tú que puede servirse en un sitio comoéste.
Cosas muy decadentes y muy distinguidas. Pero ese problema eres túquien tiene que resolverlo.Cuando volvieron al coche, cuyo verdor encajaba perfectamente con loshierbajos que crecían en torno al solar de la gravilla, Brian le preguntó si habíahecho ya sus planes para el viaje a Europa.
Tienes que tomarte un mínimo de dos meses
dijo
. Y esto lo digo consegundas intenciones.
¿Por qué?
Si vas tú, también iré yo, un par de semanas. Quiero comer lo que túcomas. Quiero oír lo que vayas pensando.Al decirlo manifestaba un encantador sentido del propio interés. ¿Quién noiba a estar encantado de viajar por Europa con una mujer muy bonita y muyexperta en vino y cocina? Si tú, en vez de él, fueras el afortunado bribón quetuviera que hacerlo, él estaría tan encantado por ti como espera que tú estésencantado por él, ahora. Ése era el tono.Una parte de Denise se maliciaba que el sexo con Brian iba a ser mucho mejorque con otros hombres y reconocía en él sus propias ambiciones. De modo que esaparte de Denise aceptó la idea de pasar seis semanas en Europa y encontrarse conél en París.Otra parte, más suspicaz, preguntó:
¿Cuándo voy a conocer a tu familia?
¿Qué tal el próximo fin de semana? Ven a Cape May a hacernos una visita.Cape May, New Jersey, consistía en un núcleo de casas victorianas y bungalows elegantemente desvencijados, rodeado de un circuito impreso deasqueroso boom. Los padres de Brian, como era lógico, tratándose de ellos, poseían
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